
En el artículo aparecido el 20 de Julio de 2.018 en el suplemento Jantour de El Correo, Benjamín Lana nos habla de una experiencia gastronómica reciente en un local de campanillas de una célebre calle madrileña. No explicaré ni resumiré el contenido de tan interesante artículo, el que quiera leerlo, como se suele decir, que tire de hemeroteca.
Lo que sí quiero mencionar es la reflexión que hace Benjamín acerca de la falta de formación de los empleados en general, y de profesionalidad de los malos hosteleros en particular. Y yo quiero hacer mía esta reflexión, sobre todo en lo referente a los empleados de sala, que son los ojos y los oídos del cliente, del comensal, del paganini. Por suerte para las hordas de hambrientos personajes que esperamos ser servidos a cambio de un dinerito, seamos de aquende o de allende los mares, como digo, por suerte esto no ocurre en todos los negocios del ramo, si bien se hace especialmente recurrente en los locales con menos nivel de exigencia. Y más en verano.
Habitualmente estaremos dispuestos a exigir mejor atención cuanto mayor sea el volúmen final de la minuta. Si uno va a una cervecera o a un chiringuito, a comerse un pollo asado con patatas y pimientos, y regarlo todo con jarras y jarras de rubia cerveza barrileña, sentado en una mesa estilo «área de descanso de la A68» con bancada corrida, con sus amigos a familia, incluso compartiendo dicha mesa con otros comensales que no conoces de nada, seguramente no exigirás mantelería de hilo ni copas Riedel, ni que el personal de servicio vaya uniformado. Pedirás lo mínimo imprescindible, a saber:
-mantelería y servilletas de papel, pero con entidad y empaque,
-menaje de loza y cristal, y cubertería de metal,
-personal vestido con ropa limpia, aunque no sea de uniforme,
-una sonrisa en la cara, aunque cobren una puta mierda por trabajar más de 10 horas,
-que no corran por los pasillos,
-esperas prudentes, tanto para las comandas como para las entregas en tu mesa,
-comida caliente y recién hecha,
-y nunca jamás traer la botella de vino abierta, coño.
¡¡Ojo!! Que no se me malinterprete. La culpa jamás será de los empleados. La culpa es entera y verdadera de los hosteleros roñosos y sin escrúpulos. Y nuestra, como clientes, por no quejarnos.
Seguramente se me escapan detalles, pero…¿a que tengo algo de razón?